Aletas puntiagudas que se acercan velozmente, bocas enormes que se abren amenazadoras, dientes afiladísimos... los ataques de tiburones han estado presentes desde siempre en las pesadillas de cualquiera que estuviera en contacto con el agua, en todos los mares y en todas las latitudes. Encontrar un repelente que mantuviera a los tiburones a distancia ha sido un sueño largamente acariciado por marinos, nadadores, surfistas y pescadores. Este sueño es compartido por los ecologistas, preocupados por los cientos de miles de tiburones que mueren inútilmente cada año, al quedar atrapados en redes de pesca de atunes y peces espada de todo el mundo, y por investigadores y empresarios marítimos, que ven sus valiosos equipos submarinos dañados por las poderosas mandíbulas de los tiburones. De los numerosos intentos que han sido llevados a cabo desde la Segunda Guerra Mundial, casi todos fracasaron, y sólo dos han dado resultados. Por un lado, un repelente eléctrico, desarrollado por investigadores australianos, que recibe el nombre de Shark Shield. Este repelente emite una señal eléctrica de bajísimo voltaje, produciendo un severo malestar en el tiburón que lo obliga a retroceder. Este malestar pasajero no es experimentado por quien lo emite ni por otras especies marinas, sólo por el tiburón, y no le produce ningún daño permanente. Aunque se han llevado a cabo pruebas exitosas, este repelente sólo produce efecto en algunas especies de tiburones y bajo determinadas circunstancias. El otro repelente, de origen químico, está siendo desarrollado en EE.UU. Es sabido que animales y vegetales se comunican con otros individuos de su misma especie por medio de sustancias químicas, llamadas feromonas. Se sabe también que, al ser atacadas, algunas especies de peces emiten feromonas que funcionan como una señal de alarma para sus semejantes, advirtiéndoles del peligro. Después de años de investigación, se pudo establecer que no se encontraban tiburones en las cercanías de donde hubiera un ejemplar muerto, lo que permitió demostrar que, al morir, un tiburón segrega una feromona que transmite a sus congéneres una clara señal de peligro y los conmina a la fuga. Esto llevó a los investigadores del laboratorio Oak Ridge, en Nueva Jersey, a aislar los químicos de la feromona en cuestión del cadáver de un tiburón. Al proseguir sus investigaciones, han llegado incluso a producir la sustancia artificialmente, sin sacrificar tiburones en el proceso. Las pruebas realizadas sobre varias especies han sido coronadas por el éxito, y se sigue intentando sobre otras especies como los tiburones tigre, toro, y martillo. Es importante destacar que este producto no es tóxico ni para el tiburón ni para el medio ambiente. También es posible su empleo en la pesca comercial, ya que no repele a las otras especies. Actualmente, se está estudiando su aplicación en múltiples usos: las ya mencionadas redes de pesca, tablas de surf y cremas bronceadoras. Aunque estos productos están todavía en una etapa temprana de desarrollo, se espera conseguir un resultado eficaz en los próximos años. Los surfistas, bañistas, marinos y tiburones de todo el mundo, agradecidos.
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