Los tiburones tienen un agudo sentido del olfato; son capaces de detectar vestigios de sustancias, como la sangre, en el agua, y seguirles la pista hasta su origen. La vista, aunque menos aguda, les permite percibir de forma vaga movimientos de luces y sombras en aguas oscuras cuando se aproximan a su presa. Son muy sensibles a los sonidos de baja frecuencia y tienen una audición direccional magnífica. Los órganos que poseen en las líneas laterales y el hocico les permiten captar estímulos eléctricos débiles procedentes de las contracciones musculares de los peces óseos. Esta combinación de sentidos, y su agudeza, explican su éxito evolutivo.
Cuando cazan en bandadas, pueden incitarse entre sí hasta un frenesí devorador. Describen círculos en torno a su presa y se abalanzan sobre ella de repente, por lo general desde debajo (pero sin ponerse boca arriba, como suele creerse). No obstante, a pesar de la cantidad de buceadores, nadadores y esquiadores acuáticos que se aventuran en aguas infestadas de tiburones, se producen relativamente pocos ataques. Cuando eso ocurre, cerca de un tercio resultan mortales. Entre las especies más peligrosas para el ser humano se encuentran el tiburón blanco, el pez martillo, el tiburón tigre y el tiburón azul o tintorera.
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